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Los mutantes de la cirugía estética. El credo de las apariencias (página 2)




Enviado por Gabriel Cocimano



Partes: 1, 2

El triunfo de
Barbie

Los juicios estéticos —como también
los éticos— tienen más que ver con lo
cultural que con la objetivación material: así, por
ejemplo, el sentido de la belleza se construye a través de
hábitos y experiencias sociales en un determinado tiempo
histórico. A lo largo de los siglos, ha habido
múltiples concepciones del atractivo, la belleza y la
perfección personal. Pero en
la era visual, el deseo y la necesidad de perfección
física y
la ética de la estética han alcanzado su
punto más acabado. Si la imagen hoy ha
multiplicado su valor, el
cuerpo —sostiene Vicente Verdú—
aparece como la única forma de transacción con los
otros y la vía de identificación con nosotros
mismos. El alma
—como símbolo de la belleza del
espíritu— ha cedido paso al valor vinculado a
la imagen corporal, una nueva y eficaz herramienta para hallar la
perfección personal y existencial. Este valor se ha ido
gestando y acentuando al amparo del
modelo visual
generado por las tecnologías de la imagen, desde la
fotografía
y el cine hasta
la
televisión e Internet. Estos medios han
forjado los cánones estéticos, los patrones de
belleza corporales contemporáneos: ellos cimentan y
divulgan las fórmulas y los métodos,
sostienen y profetizan el credo de las apariencias.

Consumo cosmético compulsivo, obsesión por
las dietas, adicción a las cirugías. La lógica
del mercado apunta al
corazón
de la sociedad
narcisista y su mundo de sueños e ilusiones. Cualquier
recurso es válido para intentan siquiera alcanzar el
prototipo de belleza hegemónico que impone el
mercado a través de los medios de
comunicación. La sociedad no ignora que ese canon que
se propone como paradigma de
hermosura es "el resultado de múltiples manipulaciones
cosmético-quirúrgicas, pero aun así el
mercado de las apariencias obliga a admirar la imagen
reconstruida de una belleza estandarizada, eternamente joven e
imposible. Una belleza que no existiría sin la
mediación del bisturí.9
Para esto, el mercado ofrece todo tipo de objetos que
alteran el propio cuerpo: sustancias sintéticas,
prótesis,
soportes artificiales, todo mediante intervenciones que lo
modifican según los avatares de la ingeniería corporal o de un design
de mercado cuyas pautas cambian década tras
década.10

Las intervenciones quirúrgicas para reconstruir
la fisonomía datan de la antigüedad, y el desarrollo de
la cirugía reparadora se había iniciado en
ocasión de los grandes conflictos
bélicos, a causa de la mutilación de soldados y
civiles. Pero es hacia mediados de los años ’80
cuando crece la demanda de
intervenciones cosméticas, en primer lugar por el
incremento de confianza de la opinión
pública en la cirugía general, a partir del
éxito
en los trasplantes de órganos. Pero fundamentalmente
porque, a través de los medios, se ha exagerado la
inocuidad de la cirugía, llegando incluso a frivolizarla,
en detrimento de su finalidad terapéutica. Incluso ha sido
asimilada socialmente al glamour y al dinero. Tener
una liposucción, una rinoplastia o una foto
depilación se vende en la televisión
y en las revistas, como en la revolución
industrial se vendía tener una litografía, o en
la edad media
tener un retrato: es un signo de clase.11

En las sociedades
más desarrolladas —el paradigma es EUA— la
cirugía cosmética ya no es terreno exclusivo de los
ricos: hoy es más accesible en términos
económicos, y hasta hay bancos que
ofrecen paquetes de créditos para quienes quieran mejorar su
look. El mercado abre cada vez más sus puertas a los
sueños de una sociedad condicionada y obsesionada por la
belleza. Más aun, tal como afirma Beatriz Sarlo, ese
mercado propone una ficción consoladora: la vejez puede
ser diferida y, en un futuro, a través de la genética,
vencida para siempre. En esas sociedades opulentas, la
cirugía estética parece estar relacionada con la
tendencia a favorecer la juventud por
sobre la experiencia, lo inmediato por sobre el pasado. En
resumidas cuentas, se trata
de resolver la contradicción que implica tener experiencia
y juventud, pero a través del recurso a la
artificialidad. La juventud es el único valor
estable en el sistema de las
apariencias desde los años ‘60 hasta hoy. Nadie
escapa al imperativo de intentar parecer más
jóvenes, de vestir como los jóvenes, de
ralentizar el tiempo. La promoción de la juventud ha logrado
imponerse como un rasgo permanente de la civilización
occidental.12

Si los parámetros de belleza han sido
impersonalizados, adquiriendo un status de objetividad,
existe una renuncia deliberada al cuerpo propio, imperfecto y
diferente, para subordinarlo a la lógica de la no
diferenciación, "aunque el costo sea morir
un poco para volver a renacer de la mano de las
tecnologías que promueven la
clonación de las apariencias y la producción de estereotipos".13

En la era posmoderna, tan afín a la
vertiginosidad de los cambios, no es casual la imposición
del artificio en materia
estética: la cirugía cosmética constituye el
procedimiento
más veloz y eficaz para lograr la
metamorfosis del cuerpo de acuerdo a la pauta
hegemónica de belleza. Asistimos a la era proteica,
artificial, a los tiempos del devenir de los nuevos mutantes,
fabricados en serie en la profilaxis de los quirófanos, a
través de una estética clínica que acerca a
la máquina y aleja al cuerpo bastardo y perenne.
Después de la cirugía y la genética, el
artificio se volverá, paradójica y definitivamente,
natural.

El canon de belleza inducido está muy cerca del
mutante de laboratorio.
Por supuesto que los hombres y mujeres siempre quisieron
parecerse a sus estrellas de cine o de TV favoritas, pero "hay
algo escalofriante en cómo los pacientes ven hoy a Pamela
Anderson, una consumidora obvia de cirugía
estética, como un paradigma de belleza".14
Pómulos levantados, ceja altas, senos grandes y
labios carnosos; músculos y caras perfectas: puro cuerpo,
centímetros perfectos en el lugar exacto. El triunfo de la
superficie constituye el lugar del artificio y la apariencia, que
no libera ni resuelve conflictos existenciales y sí los
oculta y los simula. Paradoja de la época: la imagen de
perfección, que no es más que un artefacto
soñado de seducción, no hace más que
postergar la realización existencial de los seres en la
sociedad occidental, la plenitud física artificial
vacía de contenido al individuo, lo
aísla en su interioridad. Acaso pase de ser un cuerpo
perfecto frente a la soledad de su propia contemplación en
el espejo, la imagen narcisista contemporánea en estado puro.
Como bien apunta Lourdes Ventura, "resulta una triste paradoja
que las formas irreales/ideales de la muñeca Barbie
sean las que llevan cuarenta años impresas en el
inconsciente de varias generaciones de mujeres (…). Si la
Barbie fuera humana ostentaría unas medidas imposibles:
100-45-80, no tendría la menstruación a causa de su
delgadez y padecería trastornos psicofísicos de
todo tipo. La obsesión por unos patrones estéticos
artificiales no hace más que recordarnos que la
muñeca Barbie ha triunfado sobre la
realidad".15

La estética de
la desmesura

Es precisamente la artificialidad de Barbie la que ha
impreso el canon estético de la posmodernidad:
esa irrealidad del prototipo de belleza es uno de los elementos
más característicos de la seducción
contemporánea. Paradójicamente, el mutante de
laboratorio aparece como una metáfora del desprecio por el
cuerpo y la desensualización de los sentidos
propia de la actualidad.

Pechos, labios, músculos, glúteos,
mentones, cinturas: todo debe ser alterado en forma excesiva,
ilógica e irreal. Tal parece ser el imperativo
estético en la sociedad del espectáculo: rasgos
desmesurados, prominentes, que contengan cierta dosis
alucinatoria, de anormalidad. De trazos gruesos, lejos de la
antigua armonía estética, estos rasgos parecen
constituir el catalizador para excitar tanto el deseo femenino
como el masculino. Volumen,
tamaño, cantidad: toda la obsesión puesta al
servicio de
hacer olvidar la trascendencia perdida, el dilema existencial
irresuelto, la libertad
condicionada. Los rasgos excesivos, las mutaciones exacerbadas y
desmesuradas semejan la estética del porno star:
trazos desmedidos que, aunque repulsivos para algunos, parecen
agitar en el imaginario social el instinto irrefrenable del deseo
insatisfecho.

Así, la belleza, modificado su ideal
armónico y trascendente, se ha convertido en espejismo, en
simulación. Una modelo, transfigurada por
las cámaras, constituye la efigie perfecta de la seductora
de la que habla Baudrillard: "Sin cuerpo propio, se vuelve
apariencia pura, construcción artificial donde se adhiere el
deseo del otro".16

La conversión del cuerpo en mercancía ha
tenido su correlato en ciertos temas y soportes seleccionados por
el arte de las
últimas décadas: uno de los casos más
extremos es el llamado body art, un género
nacido en los años ‘60 y centrado en realizaciones
artísticas que privilegian acciones
revulsivas como mutilaciones, heridas, lesiones, marcas e
incisiones corporales. Heredera de esta tradición, la
artista francesa Orlan esculpió, a principios de los
‘90, su propio rostro mediante cirugía
estética, en una provocativa cruzada por convertirse en
"la obra maestra absoluta" (con lo que actuaba y denunciaba al
mismo tiempo las complejas relaciones entre arte y
técnica, apariencia y realidad, naturaleza y
artificio) en operaciones
filmadas. Su idea fue transformar el propio rostro de la artista
en un collage de rasgos clásicos: a partir de detalles
digitalizados de obras famosas, los cirujanos trasladaron al
rostro de Orlan la frente de la Gioconda, los ojos de la Psique
de Gèrome, la nariz de una Diana de la escuela de
Fontainebleau, la boca de la Europa de Boucher
y el mentón de la Venus de Botticelli.17

Pero, alejado de cualquier discusión de arte
—por más polémica que ésta sea—
y más cerca de las pautas del mercado, la televisión del siglo XXI, a través
del formato de reality-shows, editó una nueva y extrema
forma de contribuir al imperio del artificio en la sociedad del
espectáculo: la cirugía estética a
través de la pantalla. Promovidos por las cadenas de
televisión estadounidenses —conocedoras de la
fiebre de sus
ciudadanos por el quirófano— este tipo de programas "ponen
en la pantalla chica el sueño de muchas personas:
transformarse en bello está al alcance de todos. La
televisión pretende convertir la fantasía en una
realidad. Así como proliferaron programas en los que
decoradores te cambiaban tu casa en pocos minutos, ahora abundan
los programas sobre el cambio de tu
imagen. El éxito de audiencia está
asegurado".18

Las razones de tanta atracción son comprensibles
y, a la vez, inquietantes. Tener una cara de tapa de revista, un
cuerpo de pasarela, una apariencia digna de pantalla televisiva
parece haberse convertido no sólo en una pretensión
del imaginario, sino también en un derecho realizable del
cuerpo. El sapo feo transformado en príncipe gracias al
bisturí. Ahora también el quirófano
televisivo puede hacer realidad la fábula.19

Los protagonistas de estos programas comparten un nivel
de autoestima muy
bajo, y se alimentan de la creencia errónea de que
sólo pueden aumentarlo mediante una transformación
radical de su cuerpo. La traducción más inmediata es la
escalada de enfermedades como la
anorexia y la
bulimia, y
muchos otros trastornos como la depresión
y la inseguridad.
Vencer la insatisfacción, los complejos y los traumas para
acercarse al molde, al parámetro, a la
medida social.

Infinidad de cirujanos plásticos
circulan por los medios, atendiendo los pedidos de pacientes y
participantes, aconsejando cautela y discreción pero, a la
vez, promocionando sus servicios y
difundiendo nuevos procedimientos a
partir del surgimiento de nuevas
tecnologías. Una mega-publicidad, cuyos
grandiosos efectos fascinan por sí mismos. "Una completa
transformación puede ser muy peligrosa no sólo
física sino emocionalmente, ya que muchas veces las
personas aspiran a algo que nosotros no podemos hacer",
sentencian algunos.20
Otros aseguran que "cada vez más, los cambios
drásticos de apariencia son la excepción", que se
están "apartando de las cirugías agresivas" para
dar paso a "procedimientos más veloces y menos caros e
intrusivos", y que "la nueva máxima de estos días
parece ser la necesidad de operar varias veces y cuanto antes",
ya que la gente no quiere esperar.21
Si algunos profesionales de la estética han apostado
a la prudencia y a minimizar el impacto obsesivo del paciente,
otros en cambio contribuyeron a frivolizar los usos del
bisturí, apelando a los mismos argumentos y estrategias del
mercado.

El cuerpo en tanto mercancía predispone al sujeto
a enfatizar la rentabilidad
de la belleza y la imagen como capital social: se
es la imagen del cuerpo que se posee. Y la
adaptación al patrón estético socialmente
deseado es un atributo esencial para la venta de la
persona.22
Hay que parecer a cualquier costo, producirse
para obtener mayor valor de cambio. Es la regla de oro del
mercado, el credo de las apariencias. Una tiranía que ha
provocado y provoca actitudes
propias de una sociedad desestructurada e ilógica, y
promueve la mutilación, el sufrimiento y la
autoflagelación en aras de la aceptación social.
Sin dudas, otra batalla perdida a manos del mercado.

Notas

  1. Alex KUCZYNSKI, En los realities shows de
    cirugías estéticas, todos quieren parecerse a
    Brad Pitt,
    en The New York Times, traducción
    para Clarín de Claudia Martínez (Buenos Aires,
    Clarín, 4/05/2004). Regresar.
  2. Beatriz SARLO, Escenas de la vida
    posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la
    Argentina,
    Buenos Aires, Ariel, 1994. Regresar.
  3. David LE BRETON, Antropología del
    cuerpo y modernidad,
    Buenos Aires, Nueva
    Visión, 1995; en Marta LÓPEZ GIL, Zonas
    filosóficas,
    Buenos Aires, Biblos, 2000.
    Regresar.
  4. Marta MARTÍN LLAGUNO, La
    tiranía de la apariencia en la sociedad de las
    representaciones,
    en
    Revista Latina de Comunicación
    Social,
    Nº 50, mayo 2002, La Laguna
    (Tenerife). Regresar.
  5. Ibíd. Regresar.
  6. Francisco REY ALAMILLO, El poder
    manipulador de la publicidad,
    en http://www.solidaridad.net,
    3/12/2003. Regresar.
  7. David LE BRETON, ob.cit. Regresar.
  8. Vicente VERDÚ, El cuerpo,
    Opinión, El País, 30/12/2000; en Marta
    MARTÍN LLAGUNO, ob.cit. Regresar.
  9. Lourdes VENTURA, El mercado de las
    apariencias,
    en http://www.el-mundo.es/elmundolibro,
    16/04/2000. Regresar.
  10. Beatriz SARLO, ob.cit. Regresar.
  11. Marta MARTÍN LLAGUNO, ob.cit.
    Regresar.
  12. Lourdes VENTURA, ob.cit. Regresar.
  13. Enrique VALIENTE, La religión de las
    apariencias,
    en Clarín, Buenos Aires,
    13/5/2001. Regresar.
  14. Alex KUCZYNSKI, ob.cit. Regresar.
  15. Lourdes VENTURA, ob.cit. Regresar.
  16. En Ibíd. Regresar.
  17. Flavia COSTA y Ana M. BATTISTOZZI,
    Los polémicos límites
    del arte,
    en Revista de Cultura
    Ñ,
    Nº 9, Buenos Aires, Clarín Ediciones,
    29/11/2003. Regresar.
  18. De patito feo a cisne: furor en todo el mundo por
    'reality shows' sobre cirugías plásticas,
    en
    El Tiempo, Colombia,
    20/4/2004. http://eltiempo.terra.com.co.
    Regresar.
  19. Alexandra RETICO, Cambia, todo cambia,
    en La Repubblica, especial para Clarín,
    Buenos Aires, 22/5/2003. Traducción de Cristina
    Sardoy. Regresar.
  20. De patito feo a cisne: furor en todo el mundo por
    'reality shows' sobre cirugías plásticas,

    ob.cit. Regresar.
  21. James GORMAN, Cirugías
    estéticas: menos corte y más relleno,
    en
    The New York Times, especial para Clarín,
    Buenos Aires, 12/05/2004. Traducción de Silvia
    Simonetti. Regresar.
  22. Marta MARTÍN LLAGUNO, ob.cit.
    Regresar.

 Fuentes

  • Alex Kuczynski, En los realities shows de
    cirugías estéticas, todos quieren parecerse a
    Brad Pitt,
    en The New York Times, traducción
    para Clarín de Claudia Martínez (Buenos
    Aires, Clarín, 4/5/2004).
  • Beatriz Sarlo, Escenas de la vida
    posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la
    Argentina,
    Buenos Aires, Ariel, 1994.
  • David Le Breton, Antropología del
    cuerpo y modernidad,
    Buenos Aires, Nueva Visión,
    1995; en Marta López Gil, Zonas
    filosóficas,
    Buenos Aires, Biblos, 2000.
  • Marta Martín Llaguno, La
    tiranía de la apariencia en la sociedad de las
    representaciones,
    en
    Revista Latina de Comunicación Social, Nº
    50,
    mayo 2002, La Laguna
    (Tenerife).
  • Francisco Rey Alamillo, El poder
    manipulador de la publicidad,
    en

http://www.solidaridad.net,
3/12/2003.

  • Vicente Verdú, El cuerpo,
    Opinión, El País, 30/12/2000; en Marta
    Martín Llaguno, ob.cit.
  • Lourdes Ventura, El mercado de las
    apariencias,
    en

http://www.el-mundo.es/elmundolibro,
16/4/2000.

  • Enrique Valiente, La religión de las
    apariencias,
    en Clarín, Buenos Aires,
    13/5/2001.
  • Flavia Costa y Ana M. Battistozzi,
    Los polémicos límites del arte, en
    Revista de Cultura Ñ, Nº 9, Buenos Aires,
    Clarín Ediciones, 29/11/2003.
  • De patito feo a cisne: furor en todo el mundo por
    ‘reality shows’ sobre cirugías
    plásticas,
    en El Tiempo, Colombia,
    20/4/2004.

http://eltiempo.terra.com.co.

  • Alexandra Retico, Cambia, todo cambia,
    en La Repubblica, especial para Clarín,
    Buenos Aires, 22/5/2003. Traducción de Cristina
    Sardoy.

 

Gabriel Cocimano

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